¡Lo sabía! ¡Lo sabía, lo sabía, lo sabía! Sabía que este sitio sería especial, sabía que aquí haríamos grandes cosas, sabía que la de hoy sería una fecha para recordar. ¡¡Lo sabía!!
Sólo Manolo y yo nos hemos dado cita en este sábado; a los demás les perdonamos la ausencia sólo porque todos ellos tiene poderosas razones para no estar hoy aquí, que si no … Madres ingresadas en hospitales, hijas cumpliendo años, suegras teniendo que ser visitadas a cientos de kilómetros de distancia y, lo que es peor, problemas de salud propios, impidieron que Mariano, Goyo, Antonio y Juanito pudieran unirse a la fiesta. Llevamos una temporadita en que la cordada invencible falla una semana tras otra y ya llevamos unas cuantas en que nos dejan solos a Manolo y a mi. Menos mal que formamos un buen tándem y que nos bastamos y nos sobramos para defender el fuerte y asediar con éxito picos, tubos y canales.
Y aprovechando precisamente que estamos nosotros dos solos empezamos la mañana como probablemente el resto del grupo jamás nos permitiría hacerlo: adelantamos la quedada en la Pinilla a las ocho de la mañana aunque eso suponga tener que caerse de la cama a eso de las 5:00. El madrugón es de aúpa pero es una sarna que no nos pica puesto que quedará compensada con creces por muchas razones: por una parte aspiramos a trajinar con nieve lo más dura posible, y cuanto más avance el día más difícil será que eso ocurra. Además ganarle una hora al crono permite poder tomarse las cosas con mucha más tranquilidad, saborear lo que se hace, tener tiempo de ponerse y quitarse el equipo sin prisas, no perder detalle. Todo ello por no mencionar el lujazo que supone que te pille el amanecer caminando en mitad del monte.
Con tan buenas perspectivas y con una distancia en coche tan larga que resulta difícil calcular con exactitud el tiempo de desplazamiento, resulta que me termino incluso adelantando media hora y a las 7:30 aterrizo en un aparcamiento sorprendentemente vacío al que ni siquiera ha llegado todavía Manolo. Esta vez le he ganado, pese a lo difícil que es eso con alguien que hemos llegado a sospechar que duerme la noche previa en cada uno de nuestros puntos de encuentro.
Desde aquí abajo tenemos perfectamente a la vista el lugar al que nos dirigimos y su aspecto es formidable. La estación de esquí está cerrada y como dije antes no hay nadie aparte de nosotros, así que nos disponemos a tomar posesión como amos y señores. Pasamos por la amplia calle principal flanqueada hoy por bares cerrados, tiendas sin actividad y apartamentos desocupados; es el pueblo fantasma. Atravesamos los cierres de la estación sin tener que rendir cuentas ante nadie puesto que hoy taquillas y garitas están también vacías. La siguiente libertad que nos tomamos es la de remontar bajo la línea del telesilla, que está tan parado como todo lo demás.
Poco antes de llegar al Gran Plató hace su aparición la nieve y al poco de sobrepasarlo nos vemos ya ante la tesitura de tener que ponernos los crampones. La nieve está tan dura que nos vamos cansando tontamente en cantear, así que recurrimos a los pinchos decididos a conservar nuestras fuerzas para empresas más provechosas. Falta por ver si fuera de las pistas la nieve estará igual de bien o si por el contrario donde no haya sido pisada pasaremos a hundirnos. Pero no, superamos la pista de esquí y fuera de ella no hay cambio apreciable. La cosa promete.
Seguimos acercándonos, y aunque ese ir acortando distancias pudiera pensarse que es simple etapa de transición lo cierto es que tiene también su intríngulis. La inclinación de esta pendiente y la posición de los pies al llevar puestos los crampones somete nuestros tobillos a un duro castigo. Pero al final todo pasa y el suplicio para nuestras articulaciones también.
Nos hemos plantado ante las Pirámides y ahora lo que toca es decidir por cuál de sus corredores nos decantamos. Evidentemente traemos una idea previa preconcebida, y como siempre suele ocurrir esos planes son muuuuuuuy ambiciosos. Porque en el sofá se escala mucho y muy bien, pero luego la realidad se encarga de bajarle a uno los humos. También en cuanto a sueños Manolo y yo hemos coincidido, y ambos nos hemos imaginado subiendo por una canal y bajando otra vez por ella para enfilar a continuación la siguiente y destrepar luego por esa misma, y así sucesivamente hasta habernos merendado todo corredor que se nos ponga a tiro en este flanco.
Los tres picachos que nosotros hemos nombrado “Las Pirámides” forman cuatro canales: dos centrales y dos laterales. De momento según subíamos hemos decidido descartar una de las situadas en los extremos, la cuarta si empezamos a contar desde el Portacho del Lobo. Es la más sencilla por su inclinación, pero sin embargo en la salida tiene atravesado un peñasco que nos plantea serias dudas respecto a la posibilidad de sortearlo. Dejamos esta por tanto para una próxima ocasión y nos centramos en las dos de en medio. Las dos tienen visera, pero como mínimo la de la derecha podemos comprobar que tiene paso por entre la cornisa. Es además la más larga y la más vistosa; ya veremos qué tal resulta cuando estemos dentro.
Nos lanzamos con decisión y estamos tan emocionados y metidos en la vorágine del momento que cuando queremos darnos cuenta nos hemos pasado de frenada y estamos en plena rampa sin llevar nada puesto más que los crampones que nos tuvimos que calzar bastante más abajo. Con lo cual nos toca instalarnos muy en precario, y haciendo equilibrios y malabarismos ir sacando de la mochila todo lo necesario: arnés, mosquetones, estacas, cintas, cuerda, … Una vez logrado la cosa cambia. El sólo hecho de haber cambiado bastones por piolets hace que veamos nuestro futuro más inmediato de otro color.
Ahora estamos atados y 25 metros es lo más que podemos separarnos el uno del otro, si descontamos los aproximadamente 5 metros de cuerda que se nos han ido en nudos de ocho y sus correspondientes remates con doble pescador. Acordamos que uno asegurará desde abajo mientras el otro remonta los primeros veinticinco metros, luego este montará una reunión y asegurará la subida del segundo, para que a renglón seguido ese que venía de segundo pase de largo y continúe durante los siguientes veinticinco metros. Así hasta llegar arriba, lo cual calculamos que nos llevará tres relevos hasta completar los 70 u 80 metros de canal.
Manolo toma la iniciativa y despega con decisión para quemar la primera de las etapas. En realidad hoy es un día en que no haría falta meter nada, todo lo más subir en ensamble por aquello de notar una cuerda en tensión que te produce la engañosa sensación de mantenerte sujeto a algún sitio; pero mi compañero ha anunciado que quiere aprovechar para practicar y a mi eso me suena a gloria. Me encanta lo que hoy estamos haciendo pero me gusta también la idea de que mejoremos algo nuestra técnica, que falta nos hace.
Ya iba siendo hora de que notásemos la sensación de clavar una estaca en la dura nieve con la maza del piolet, de que nos tengamos que detener en mitad de la pared con los gemelos hinchados como balones de reglamento para asegurar al compañero desde allí, de que probemos lo que es aflojar la tensión de nuestros músculos dejándonos colgar de nuestro cabo de anclaje.
Todo eso se hace y todo sale a pedir de boca, de manera que la ascensión se salda con un éxito rotundo y sin mayores secuelas que una considerable sobrecarga en los gemelos. También con otro efecto que en el momento mismo no pasa factura pero que se dejará sentir en los días venideros, y es un sorprendente dolor de rodillas. Puesto a analizar la causa llego a la conclusión de que esto último se debe sin duda al hecho de haber descansado apoyando las rodillas sobre el hielo de la pared que nos quedaba justo delante, y no tanto por lo duro sino por lo frío, de manera que esa gélida humedad fue calando hasta dejar convertidas mis articulaciones en las de un viejo reumático. Pero eso no será hasta 24 horas más tarde y de momento lo único que noto es el subidón que me provoca la dosis extra de adrenalina.
Dicen que todos tenemos tendencia a meter como mínimo 5º de más cada vez que hacemos una estimación de las pendientes que trepamos, pero teniendo en cuenta que nos consta haberlas subido de 55º sin que hayan resultado ni por asomo parecidas a esto, nos atrevemos a asegurar sin mucho margen de error que lo de hoy no baja de los 60º.
La cuestión es que ha caído el primero de los tubos pero una vez arriba llega el momento de replantearse todos aquellos planes que hicimos cómodamente instalados en el sofá. Porque vista desde aquí la idea de volver a bajar por el mismo sitio que hemos subido nos resulta bastante menos atractiva, con lo cual reconvertimos nuestro programa de viaje en asomarnos por la parte superior de los otros tubos para comprobar que tienen salida y destrepar luego a través del Portacho del Lobo para tomar esos tubos desde abajo. Y con tanto subir y bajar e ir y venir de un lado a otro, nuestra trayectoria termina dibujando una especie de zurcido alrededor de estos picachos.
Vamos a por el siguiente, que será el otro central, el vecino por la izquierda del primero que hemos hecho. Un poco más corto que el anterior pero igual de ameno y entretenido. Y otra vez recurrimos al sistema del toma y daca, del tú la llevas, del pasarnos el testigo cada 25 metros.
Una vez más comprobamos que rampas como estas tienen sobre nosotros un efecto prodigioso que ningún laboratorio farmacéutico hasta ahora ha sido capaz de patentar: el poder absoluto de curación, porque mientras aquello dura desaparecen todos nuestros males; Manolo olvida sus achaques de salud y yo dejo de pensar y darle vueltas a los problemas del trabajo. Mientras aquello dura nada que no sea el propio goce de la situación ocupa nuestras mentes. Luego vendrá la descarga de las fotos, el montaje del vídeo, el resumen, el relato, que es más de esa misma medicina que actúa como bálsamo para nuestros –en ocasiones- maltrechos espíritus.
Ay, las fotos y los vídeos. Eso es algo en lo que precisamente ni Manolo ni yo nos cortamos un pelo. Tenemos más tiempo el dedo sobre el disparador que sobre el piolet, aunque en honor a la verdad hay que reconocer que el lugar bien lo merece. Y si entre mi compañero y yo hay una total sintonía en casi todo, esto sin embargo es de las pocas cosas en las que discrepamos, puesto que mientras que yo estoy deseando descargar y ver cuanto antes mis fotos, por el contrario Manolo confiesa que a él no le gusta ver su vídeo de forma tan inmediata sino que prefiere esperar a que la realidad de lo vivido se vaya asentando y haya hecho poso antes de ver las imágenes grabadas.
Salimos de ese segundo corredor y en el trozo de la salida donde ha empezado a dar el sol comprobamos que el estado de la nieve está empeorando con rapidez. Eso nos lleva a hacer un nuevo cambio en nuestros propósitos porque nos parece más sensato descartar también el cuarto de los tubos; al fin y al cabo ese canalizo es mucho más corto, no aporta nada especial que no hayamos hecho ya hoy y lo podemos dejar aparcado hasta cualquier próxima ocasión en que nos dejemos caer por aquí.
Así pues salimos por la parte superior de la serranía en dirección a las pistas de esquí, empalmando la del Testero con la Periférica y a través de ellas hasta la entrada de la estación.
¡Hip, hip, hurra! ¡¡Oleeeeeeé!! ¡Bravo, bravo! ¡¡¡Viva!!! Y cualquier otra exclamación de admiración que quisiéramos añadir a este “trending topic” que sin duda marcará tendencia (al menos para nosotros).
De vuelta a Madrid un simple vistazo desde el coche me permite comprobar algo que ya sospechaba, y es que la Chorrera de los Litueros está en todo su apogeo. Sería esta la época ideal para visitar ríos y cascadas como esta de los Litueros … si no fuese porque estamos ocupados y dedicados al cien por cien a cosas aún más espectaculares y que nos producen más satisfacción. Ya dormiremos cuando seamos viejos y ya pasearemos junto a chorreras cuando nos falten las fuerzas para sujetar un piolet entre las manos.
Esta marcha se hizo el día 13 de abril de 2013. En ella participaron los siguientes miembros del grupo de montaña Alevines Intrépidos: Manolo y Miguel.
Miguel Marco Mommens – 30 de abril de 2013
|